domingo, 19 de octubre de 2008

Boca hundió a River de la mano de un Riquelme brillante

Pese a jugar casi todo el segundo tiempo con un hombre menos, los de Ischia se llevaron el superclásico y siguen con chances de pelear por el título. Viatri (ST 15m) marcó el gol decisivo y el 10 xeneize, disminuido fisicamente, jugó un segundo tiempo fenomenal e hizo la diferencia en el juego. El local fue una sombra y se sumergió en el peor arranque de su historia en un campeonato.


Viatri hizo la diferencia en el resultado, pero Riquelme la gestó en el
juego. Genial e inmenso pese a dar ventajas en lo físico y tras mantenerse en el ojo de la tormenta por el enfrentamiento público con su compañero Cáceres, el 10 jugó un segundo tiempo inolvidable y él solo ganó buena parte del superclásico. Era su partido y colmó las expectativas. Una vez más, hizo feliz a Boca, que a pesar de sufrir la expulsión de Ibarra apenas iniciado el segundo tiempo, se llevó una victoria en el Monumental después de cinco años y sostuvo sus chances de pelear por el título. River, que nunca supo a qué jugar, tuvo una tarea paupérrima y se hundió en el peor registro de su historia en un campeonato oficial.

El primer tiempo fue aburrido, mal jugado. Primó el miedo a perder. Tanto, que los dos expusieron falencias defensivas y no hubo acciones que derivaran en algún intérprete en posición de gol, en ninguno de los arcos. En esa coyuntura, Boca administró mejor la pelota bajo la batuta de Riquelme. Claro que quien más dialogó con la estrella xeneize no fue Gaitán, Dátolo ni Viatri, sino Ibarra, lo cual expresó una anomalía en el circuito futbolístico visitante. Boca dominó el territorio, pero le faltó profundidad.

Con menos posesión, River fue más incisivo. Probó más sobre la valla rival y certificó las inseguridades del pibe García. La acción más clara en favor de los locales fue un disparo de Falcao que el arquero de Boca no logró retener y la pelota dio en el palo. También intentaron Abelairas y Villagra, y García siempre dio rebote, aunque nadie alcanzó a capitalizarlo.

Para encarar el complemento, Simeone resolvió la inclusión del juvenil Mauro Díaz en lugar del intrascendente Salcedo y así le copió el dibujo a Boca. Ante la superpoblación de volantes, se suponía que buena parte de la ecuación del partido tenía que ser resuelta por el desequilibrio individual. Hasta que enseguida advino lo imprevisible. Ibarra se fue expulsado por exceso verbal contra el asistente Romero, en una escena confusa. Y con uno menos, Boca aprovechó una pelota parada y rompió el cero. Riquelme envió el centro, Viatri le ganó en el salto a Abelairas y, a lo Palermo, metió el cabezazo bombeado que se metió junto al palo izquierdo, por encima del cuerpo de Ojeda.

Ischia reagrupó fuerzas con el ingreso de Calvo (defensor) en reemplazo de Gaitán (volante ofensivo). Y Simeone respondió con Andrés Ríos (delantero) por Augusto Fernández (mediocampista). Sin embargo, el rumbo buscado en el movimiento de piezas se vio condicionada por los estados de ánimo. El desconcierto se apoderó enseguida de River, que desnudó serios inconvenientes en su última línea y apenas preocupó con una arremetida del recién ingresado Ríos, cuyo intento se fue apenas desviado. Los locales no tuvieron recursos ni ideas para torcer el desarrollo. Todo fue nervios e impotencia.

Boca sintió la desazón rival, exhibió serenidad y con oficio disimuló la inferioridad numérica y manejó los tiempos del partido. Fue entonces que emergió la figura de Riquelme, genial y desequilibrante, pese a estar disminuido en lo físico. En los momentos más calientes del partido, el 10 puso la pelota bajo la suela y la administró con astucia e inteligencia. Jugó por él, por Ibarra y por todos, además de servirle el gol a Viatri. Como si fuera poco, estuvo cerca de ampliar el marcador en dos oportunidades: un rebate apenas desviado tras una buena acción individual y un tiro de esquina en el poste. Era su superclásico y la rompió. Una vez más, hizo feliz a Boca y amargó a River.

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