Al final, habla el balón. Y cuando habla, Leo Messi es el mejor. Sin duda. Hay debates cada semana, procedentes casi siempre desde Madrid. Hace un tiempo era Robinho a quien pretendían emparentar con él, ahora es el Kun Agüero a quien se han empeñado en compararlo. Pero cuando llega el balón, el fútbol pone a cada uno en su sitio. No por mucho hablar amanece más temprano. Ni tampoco por hablar más alto se tiene más razón. Luego, llega Leo y desmonta todas las teorías del mundo, completando un partido sublime.
Sublime por la grandeza de un fútbol mágico. Sublime porque resistió patadas, agarrones y de todo. Sublime porque Messi no necesita tener un suegro famoso para ser el mejor del mundo. Sale, juega, calla al resto y vuelve a casa como si nada, pese a tener las piernas rasgadas por las botas de Antonio López, con gotas de sangre encima de su piel. Hasta tuvo tiempo de charlar con Javier Aguirre, el técnico del Atlético, para explicarle que él no hace cuento. Los demás, sí; Leo, no. Le pegan, pero se levanta. Lo comparan con todos y siempre gana.
"Messi, Messi, Messi"
Anoche, Messi no solo jugaba contra el Atlético. Ni tampoco contra el Kun, su amigo. Jugaba contra sí mismo. Contra esa leyenda que ha construido con un fútbol que parece de otro mundo, ciertamente irreal. Y volvió a ganar. De tal manera que el Camp Nou coreó en un par de ocasiones su nombre: "¡Messi, Messi, Messi!". De tal manera que el público no tuvo más remedio que adorar, casi con fervor religioso, a su Messias. Aquel a quien todos se acercan para comprobar si físicamente existe de verdad. Hasta Aguirre, en el descanso del partido, bromeaba en el túnel de vestuarios con Leo, tocándole su espalda. Sí, existe. Juega en el Barça. Y es el mejor.
No habían pasado ni 10 minutos de partido cuando Messi ya dejó su huella. Provocó primero un penalti que desquició al Atlético, que vino al Camp Nou presumiendo de defensa fiable y se marchó hecho un pordiosero. Aceptó, con disciplina guardioliana, que no le tocaba lanzarlo. En Montjuïc, se lo hicieron a Etoo y lo tiró él. Una semana más tarde, se lo hicieron a Messi, lo lanzó Etoo. Pero con eso no se conformaba. Quería más. Necesitaba más. Y cuando el Atlético estaba organizando una barrera, con Coupet, un meta de 35 años, tomando la medida a la portería, apareció el Leo pillo, el Leo que juega a fútbol mientras los demás aún piensan.
El resto estaba de vacaciones, pero Messi ya iba corriendo por la pradera del Camp Nou festejando un gol lleno de astucia. ¿Y el Kun? No pregunten. Leo disfrutaba como un niño, tras haber burlado al Atlético, completando una racha brillante: siete goles en los seis últimos partidos. "Está jugando de forma extraordinaria", contaba Txiki Begiristain, el secretario técnico azulgrana. No se refería solo a los goles. En esta última semana, ha firmado cuatro tantos. Pero hablaba Txiki del compromiso defensivo de la estrella, de la intensidad que ha incorporado a su juego, de la libertad que le ha dado Guardiola para abandonar la banda derecha.
Hablaba Txiki, o en realidad hablaba el barcelonismo, de dos galopadas que si acaban en gol tocaría acelerar el proyecto de Norman Foster para reconstruir el estadio porque se habría venido literalmente abajo. ¿El Kun? No pierdan el tiempo, por favor. Vino, se cambió, no estuvo ni una hora en el campo y se marchó derrotado. A Leo no le gana nadie.
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